La subida
Estuvo largo tiempo en el ajeno huerto, y sólo pensaba
en subir a escondidas a la higuera desnuda, para mirar
desde lo alto al mundo, como si fuera una hoja
o un pájaro; pero siempre pasaba alguien
y siempre lo dejaba para luego.
Una
tarde,
miró en derredor suyo - todo desierto -, trepó
a la rama más alta; entonces se oyeron
voces de entre las matas: "¿Qué haces, allí
arriba?"
- grandes voces -, y contestó: "Un higo,
quedaba un
higo". La rama se quebró.
Lo levantaron. Tenía la mano derecha agarrotada.
Cuando abrieron sus dedos, no había nada dentro.
Llegan y se van los días, sin plan y sin sorpresas.
Las piedras se empapan de luz y de memoria.
Hay uno que coloca una piedra por almohada.
Otro que, antes de bañarse, deja su ropa debajo de una
piedra,
que no la lleve el aire. Otro que usa una piedra por
escaño
o mojón en su huerto, el cementerio, el establo, el
bosque.
Tarde, tras la puesta del sol, al volver a casa,
cualquier piedra de la playa que pongas en tu mesa
es una estatuilla - una pequeña Niki, o el perro de
Artemisa -,
y esa piedra en que a mediodía un joven posó sus pies
mojados,
es un Patroclo, con pestañas cerradas y sombrías.
Chiflado
No, no, dice; todo lo demás sí, la luz no,
la luz libre no, dice, no lo soporto,
la cojo con mis manos, la tiro de la cola,
bajo la cortina, rompo el cristal,
pongo patas arriba los bancos del jardín,
veo una mancha pequeña en tu chaqueta,
veo un poco de polvo en las uñas de tus pies,
escondo la llave en tu sobaco sudoroso,
te digo que soy un hombre, subo de dos en dos los
escalones,
salgo al balcón y cuelgo la bandera.
YANIS RITSOS
1 comentario:
Originalidad y suspenso, ha sido lo impactante de estos poemas...Enhorabuena...
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