La calle camina atrapada de esencias con olores diversos:
a
sándalo, la primera; a pimienta y
comino, la segunda; la tercera, a hierba luisa y
esa cuarta y esa quinta, quien sabe, a arroz con
leche. El olfato de ese hombre de avenida que trae
esa inocencia cómplice de adolescente, llama.
Otro hombre en la vereda percibe con retardo en su
pupila, personas algunas sin rostro y, otras más
allá de su humano.
Esencia no extraviada; inocencia no siempre
consentida de lo cotidiano.
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