Lucía y Andrés continuaron, como siempre, abrazados, dormidos. Plácidos disfrutaban del calor de sus cuerpos.
Lucía no atinó a pedirle que se fuera. Hacerlo hubiera significado aceptar su presencia.
Sabiá que estando ahí, sin hacer el menor movimiento, callado, nadie, excepto ella, lo notaría.
Permanecía quieto pero cuando Lucía cambiaba de posición para descansar mejor, sentía ese mínimo contacto.
Al principio, se negó a oír su deseo. Pero a medida que el sueño se hacía más profundo, comenzó a escuchar su voz.
Con la voz, extrañamente la alcanzaron sus ojos, y con sus ojos Lucía percibió su desnudez.
Necesitó correrse aún más hacia el borde de la cama para alejarse de Andrés, porque sintió vergüenza y miedo.
Alejada apenas esos centímetros, lo buscó y rogando que no emitiera sonido lo animó a continuar.
El tiempo no parecía haber borrado la ruta. Sabía dónde y cuándo detenerse. Tan sólo una leve presión en la espalda a modo de marca, como cuando bailaban.
Maldiciendo ambos a la noche por ser tan corta, estuvieron en esa mínima pista delimitada entre la cama y la pared.
Con el final del tango, Lucía se deslizó entre las sábanas, apoyó el cuerpo contra el cuerpo de Andrés y durmió tranquila hasta el nuevo día.
Cuando abrió los ojos, descubrió a Andrés, distante apenas unos centímetros de ella, recostado, la cabeza apoyada en una mano y acariciando casi sin rozarla, su cintura, con la otra.
Lucía le suplicó seguir bailando. Él se animó a guiarla y oyendo su propia música, cayeron juntos en el abismo que terminaba en la alfombra de ese cuarto aún oscuro.
DEB STOFEN
2 comentarios:
Bello este baile de los cuerpos que entre el tocarse y el no tocarse se seducen uno al otro tal cual como en la pista...Me encanta esta prosa poética...Besos...Any
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