El
péndulo del reloj marca el compás de la vieja mecedora.
La
tarde, amarilla, se diluye en su postrer hora.
Los
ojos viscosos, opacos, van del balcón al horario.
El
mismo ritual diario desde hace tanto tiempo, ¡tanto…!
En
intenso suspiro la angustia se escapa por su boca:
él no
llega.
Las
rosquillas endurecen bajo la pulcra servilleta,
en la
tetera el té se muere de frío…
Galopar
de recuerdos en el cuarto en penumbras, polvoriento.
Susurros
del viento en el jardín desierto.
De a
ratos detiene el balanceo:
expectante,
aguza el oído.
En la
vereda unos pasos se han detenido.
Mas no…
siguen de largo…
Cruel golpeteo de las horas sumidas en mortal letargo…
Él vendrá hoy. Está segura. No pasará más sin verla.
Entrará
sonriente, ensayando disculpas.
Le hará
mil mimos… ¡le contará tantas cosas…!
Y ese
momento juntos, será para ella
un año
más de vida, ¡es esa su medida!
Los
recuerdos juguetean, tangibles, por la casa.
Caramba
con este corazón, ¿qué le sucede hoy?
De a
nada desacompasa… está tan distinto…
como si
quisiera quedarse muy quieto…
¡Dios!
¡cómo pesa cada latido!
Y este
sopor extraño…
Y este
dolor lejano, indefinido…
TERESA DEL VALLE LAUMANN
1 comentario:
Tere querida: ¡Qué bien describes aquí la espera de quien ha perdido un amor y, ya en el otoño de la vida,lo sigue esperando!. Tus versos son un retrato de la vida diaria...Me encantan...Besos...Any
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