Estábamos al pie de la cañada desde donde partiría el pájaro
que alguna vez irrumpiera en la dócil costumbre de mis días.
Entonces las cerezas eran dulces, las luciérnagas iluminaban
las noches nubladas y en el vado despertaba un duende a la armonía de canciones
antiguas.
Hubo ciertas mañanas pesarosas, incertidumbre,
inconstancias, devaneos. Y un sol recalcitrante que espantaba los últimos
espectros, demorados en la estampida de la noche agonizante.
Y llegaste. Sin el cortejo de un gordo querubín con la
flecha y el arco, pero con una nube afelpada entre tus cejas que elegí no
mirar, temerosa de oscuras premoniciones o consignas.
Alquimista de los sentidos, condimentaste tus besos con
especias prodigiosas, me diste a beber licores que me condujeron al éxtasis, de
tu boca a la mía cruzaron cerezas de rojo encendido y corazón de almíbar.
Cuando cedió el hechizo, la acidez reemplazó picantes y
dulzuras y el fuego cedió paso a la más fría de las desolaciones.
Y llegamos a decirnos adiós.
Una lágrima delata mi agonía cuando desvío la mirada para
evitar la languidez de las cerezas colgando de las ramas al borde del camino,
al encausar mis pasos hacia el ámbito crucial del desamparo.
Ese no lugar, el único que reconozco como propio.
CATALINA ZENTNER
2 comentarios:
Me encantò la belleza en tus palabras,y la mezcla agridulce del amor y del adiòs, hermosa semblanza.
Querida Caty: la belleza de tus prosas poéticas me tiene encandilada ¡Te felicito!...Any
Publicar un comentario