confiando en la belleza
y observando el mundo
sin malicia.
Ella iba anteponiendo
la luz y la sombra,
el día y la noche,
la verdad y la mentira.
Ella recortaba las tinieblas
de un alma tenebrosa
y condenaba a los inmortales
a vivir, en un desierto de infamias.
Era el extremo,
el espejo de los desolados
y el líder de los soñadores;
era el ámbar,
brillando en la penumbra,
era el vuelo de los artistas,
la flama de los poetas
y la nota que los músicos perdían.
En un tiempo de inspiración
se inflamaba con las velas
que en el viento buscaban libres,
los moradores, de un frágil paraíso.
Pero el sendero se bifurcó,
y perdí su rastro,
me cuesta hallarlo
en las palabras que temo,
como el apocalíptico
silencio, que sondeo
en mi amnesia literal,
sin liberar a los muertos
del ingrato recuerdo.
GRACIELA ALFONSO
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