Rectángulo efímero, forrado de hierros,
limpio y sucio de guerras;
por qué tus garras fatídicas
se agolpan fluctuantes por mis heridas;
por qué no callas tu enconado grito,
tu último y primer gemido.
Mis ojos volaron hacia el otro lado del
alma,
y fue así, como contemplé
el reducto escaso de tu coraza
ocultándose en el aire.
Miles de brazos y cuerpos ceñidos
se estrangularon en una misma sangre;
en superpuestos duelos de alientos
y mesuradas miradas huecas.
Nadie escuchó, la explosión mortífera de
los huesos,
que al frotarse incendiaron la bruma
disuelta.
nadie contempló la resurrección del sol y
de los pájaros,
empujados repentinamente por el amanecer.
Sola y desencajada presencié,
tu mórbida bocanada de seres;
tu dispersa y herrumbosa vida de incredulidades,
tu eterna y bruñida llegada
rugiendo hacia mi tiempo.
GRACIELA ALFONSO
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